viernes, 15 de abril de 2011

La espera...






La luz rojiza del exterior se filtraba por la ventana de la pequeña habitación, dibujando apenas su perfil. Sus ojos estaban abiertos, perdidos en el horizonte que se antojaba inalcanzable. Pensando...

En su regazo descansaba su hijo, dormido, sintiéndose feliz al lado de su madre, completamente protegido, tibio, cómodo. Esperando...

Ella sabía que de nada le servía esperar a su marido, que si el destino le sonreía él regresaría a su lado sano y salvo, pero que el destino sonreía muy rara vez en esta guerra.

La maldita guerra. Ellos no la habían iniciado, ni sus padres, ni sus abuelos. Era una guerra que llevaba mas tiempo del que podía alguien recordar, y ellos eran solo herramientas para el trabajo que alguien mas había iniciado; solo piezas en un maldito tablero. Recordando...

Su marido, qué bello era, su piel fuerte, sus brazos ágiles, su mirada tierna, sus manos siempre habían estado listas para cargar a su hijo, el hijo que ahora dormía sin saber que podría no volver a ver a su padre. Cómo lo extrañaba. Desde pequeño había sabido que sería soldado, que su destino era pelear en el frente. Su cuerpo y su mente estaban completamente preparados para ello. Él se había entrenado desde siempre para ser el mejor, y lo era. Lo que más extrañaba ella de él eran sus ojos, esos ojos con aquel fascinante brillo, que lo hacía verse más imponente. Mirando...

Había llegado a ser nombrado Capitán, y había guiado a sus hombres a la victoria en varias batallas. En una ocasión había tenido que sobrevivir en territorio enemigo durante mas de seis meses, completamente solo, y esto le había hecho valorar la vida mas, lo único que le había mantenido con voluntad de vivir era el recuerdo de su esposa. Después de eso le dieron licencia por un par de años, con trabajos sencillos, en lo que se recuperaba del todo. Fue en ese tiempo cuando tuvo a su primer hijo. Disfrutando...

Ahora estaba completamente curado y listo para la acción, y una vez mas fue mandado al frente, en una misión especial, de muy alto grado de dificultad y pocas esperanzas de regresar. Pero él no había reclamado, había escuchado atentamente sus ordenes y se había lanzado a la batalla con sus mejores hombres. Viendo el tiempo pasar...

Cuando él le dijo que se iba de nuevo, ella no dijo nada. Tenía mucho miedo, sabía que era una misión más difícil que cualquier otra, y que nadie mas podría realizarla, así como sabía también que era el deber de su marido ir. Ella tenía licencia para no luchar por estar con su hijo, esa era la ley, "Las hembras podrán quedarse en casa mientras le enseñan sus hijos lo básico de supervivencia, para ser mandados a la academia, de donde saldrán como soldados."

Ya había expirado el tiempo que tenía programado la misión, varios de los familiares de los otros miembros del equipo tenían en sus casas a los miembros o banderas de luto, pero nadie sabía que había pasado con el Capitán.

Ella tenía los ojos rojos, ojos que se perdían con la escasa iluminación que provenía de la ventana, pero no perdería la esperanza hasta no tener en su casa a su marido o una bandera.

Tenía que volverlo a ver, tenía que poderle decir que lo sentía. La última vez que lo había visto, cuando él estaba en el balcón listo para irse, ella lo había visto con una mirada de reproche, ya que aunque comprendía sus razones, no por eso le agradaban. Nunca antes había amado a alguien de esa manera, y ahora podía perderlo para siempre.

De pronto vio una silueta volando por los aires, acercándose a la ventana, ella se levantó sobresaltada, y, dejando a su hijo en el sillón donde reposaba, se acercó al balcón con la mirada fija en lo que se aproximaba, de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas y sus manos comenzaron a temblar. La figura llegó hasta su ventana, posándose con suavidad en el balcón, plegando sus alas membranosas, las cuales estaban rotas y heridas, sus cuernos también parecían lastimados, y sus ojos brillaban con el fuego del infierno. Extendió sus brazos hacia ella, sus garras estaban llenas de sangre, sangre de ángel que se mezclaba con la que salía de sus heridas. Ella corrió a sus brazos, sus alas sanas rodearon las rotas de él, sus garras acariciaron sus heridas, su cola se enredó en la pierna de él, y besó sus labios. Su marido había vuelto.

1 comentario:

Valdemar Ramírez: dijo...

Carnaval: sabía de tu lado guerrero, pero no del artístico. Me gustó el cuento y espero seguir leyendo textos tuyos.